La educación que hemos recibido y que aún siguen recibiendo las nuevas generaciones se basa en el conformismo, casi todo lo que se aprende se acepta verticalmente. Es una educación colectivizada que no promueve el desarrollo de la capacidad perceptiva, reflexiva, investigativa, sensitiva; se fomenta la mera acumulación de conocimientos alejados de la realidad y de una visión humanitaria de la vida.
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Se incentiva el amoldamiento, la imitación de modelos externos y ajenos, lo cual genera una competencia basada en la comparación constante y nociva, en lugar de desplegar la naturaleza esencial de cada uno y desarrollar el propio potencial creativo
Esta actitud de no cuestionamiento de lo establecido, de aferrarse a dogmas y creencias rígidas e inamovibles, de depender siempre de algo o de alguien, suele ser la actitud que luego cada persona mantiene a lo largo de su vida.
Una sociedad basada en el conformismo y en la estandarización de conductas y pensamientos basta observar esta tendencia exacerbada en los medios de comunicación masiva; tal vez como una forma de control no puede producir otro resultado que apatía, pasividad, carencia de pasión, vacío emocional y espiritual.
En nuestra cultura predominan las conductas imitativas en lugar de las creativas; se prefiere vivir con verdades prestadas en lugar de hurgar en la sabiduría que atesoramos en nuestro propio interior.
¿Cómo sería una nueva educación? ¿Qué sucedería si la familia y el sistema educativo ayudaran tempranamente a despertar y ampliar la conciencia de un niño en lugar de domesticarla y anestesiarla?
Desarrollar la flexibilidad de la mente y el corazón, la necesidad de comprenderse y comprender a los otros, nutrir la solidez interior, respetar la diversidad de la vida en todas sus manifestaciones, comprender los miedos y los condicionamientos que empañan nuestra libertad y autonomía, constituyen el núcleo de un crecimiento íntegro y no tan fragmentado.
Crecer es despertar a la vida y convertirse en persona autónoma. Vivir despiertos es la condición necesaria para poder transformar una educación y una cultura que suelen marchar, muchas veces, en el sentido contrario de lo que es la salud.
Colapsos de autoestima
Una autoconciencia sólida, sana y estable arraiga en la autenticidad de nuestros anhelos, sentimientos y vivencias; un fuerte sentido de identidad sólo puede apoyarse en el desarrollo emocional propio. Descubrir, vivir y asumir conscientemente nuestra verdad personal nuestra identidad es tan imprescindible que pagamos su pérdida con penosas enfermedades y sufrimientos.
Como casi todos hemos sido educados en el molde de la dependencia, ocasionalmente somos conscientes del armazón con el que vivimos y de cómo continuamos recreándolo, de generación en generación, con exacta precisión.
La dependencia sólo genera miedo e inseguridad emocional y sumerge al individuo en una lucha permanente y agotadora por conseguir la aprobación de los demás; la fuente del éxito siempre es externa y se termina confundiendo admiración con amor.
En el fondo, muchos adultos aun de edad avanzada o con grandes logros sociales, económicos e intelectuales siguen siendo niños pequeños y dependientes. Una actitud infantil y sumisa subyace en innumerables personas exitosamente adaptadas a la sociedad, en tanto sólo pueden mostrar lo que se espera y se desea de ellas, omitiendo o menospreciando aspectos esenciales de su ser. O bien, muchos otros que viven bajo la presión de tener que demostrar una y otra vez sus rendimientos y la brillantez con que realizan todo lo que se proponen, dominados por un ansia ciega de reconocimiento y notoriedad.
Colapsos de autoestima están al acecho detrás de estas personas y pone en evidencia la debilidad de los cimientos de un edificio hecho de autoengaños e ilusiones. Estos colapsos son los que irrumpen en los diversos trastornos depresivos que tanto caracterizan a nuestra sociedad actual.
Cuanto más debilitado se halla ese núcleo central de la personalidad, más frágil es la autoestima y aún mayor será la necesidad de apoyarse en figuras, símbolos, gurúes, grupos o causas meramente externas.
Vínculos que atan
Nuestro mundo está lleno de gente herida en su integridad porque ha crecido en un contexto emocional teñido de desatención, hipocresía, severidad sin límites, desvalorización y desprecio.
Ningún ser humano necesita alimentarse de plantas venenosas pero algunos lo hacen porque no conocen otra cosa o porque dependen de aquello a lo que están acostumbrados, repitiendo ciegamente en sus conductas y en su manera de vincularse como adultos profundas huellas de desamor.
El desamor en cualquiera de sus manifestaciones está hecho de ataduras y servidumbres; la desconfianza, los celos, el afán de poseer y dominar son el alfabeto emocional de esos vínculos que atan y que, como toda prisión, bloquean el crecimiento y desarrollo personal.
¿Por qué la mayoría de las personas se resiste a un verdadero cambio y prefiere la falsa seguridad de una relación, por más desdichada o difícil que sea, a la búsqueda de un espacio nuevo de gozo y libertad?
Hay vínculos que parecen estar anclados en el tiempo: tanto padres e hijos, hermanos o muchos matrimonios viven atrapados en una dependencia infantil, ingenua e irresponsable, negando y manteniendo bajo control inseguridades y temores muy profundos.
Toda relación que limita las acciones, los sentimientos y pensamientos propios termina siendo mera dependencia, de la cual surge invariablemente un proceso de autoencierro y aislamiento. La dependencia es la negación de la verdadera relación.
Todos pueden cambiar su vida y madurar. La madurez psicológica otorga la confianza y la seguridad necesarias para arriesgarse a tomar el destino en las propias manos y descubrir la posibilidad de amar por elección.
¿Qué es el amor?
Todos, en alguna medida, deseamos ser amados y también dar amor; pero, a menudo, lo que parece ser amor con frecuencia no lo es.
En nuestra cultura, uno de los tantos conceptos falsos que los siglos nos han incrustado es la idea de que la dependencia es amor.
Pero la dependencia no es amor, el afán de poseer y dominar no es amor, el miedo no es amor. Amor implica vulnerabilidad estar abiertos en nuestra sensibilidad e implica comunión. ¿Cómo puede haber comunión con otro cuando hay miedo y desconfianza?
La mayoría de nosotros queremos, antes que nada, la seguridad de amar y ser amados. La exigencia de sentirnos seguros se vuelve más importante que el amor en sí, esto mismo se constituye en la raíz psicológica de la dependencia emocional.
Las personas dependientes están únicamente interesadas en su propio bienestar; desean llenar su vacío interior a costa de otros y han renunciado a todo esfuerzo por evolucionar y mejorar como seres humanos; tampoco toleran el riesgo y la soledad que implica crecer.
Cuando se ama tiene que haber libertad, no sólo respecto de la otra persona sino respecto de uno mismo.
Es necesario ver y enfrentar la carencia de libertad, los temores, las inseguridades, la desvalorización y todas las formas de dependencia que desplegamos en nuestros vínculos.
Fomentar la autonomía de los demás es la manifestación más contundente del amor; pero sólo si nosotros mismos somos seres autónomos podemos entablar vínculos maduros.
El amor es un estado del ser y, así como la lluvia limpia del polvo las hojas de las plantas, nosotros crecemos y evolucionamos a través del río de la vida a medida que nos vamos despojando de todo aquello que no es verdadero amor.
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